Montflanquin III de la serie Les heures bleues, 2020. © Fernanda Sánchez-Paredes
Réservoir de la serie Les heures bleues, 2020. © Fernanda Sánchez-Paredes
Lagruère de la serie Les heures bleues, 2020. © Fernanda Sánchez-Paredes
Miniatura: Escassefort de la serie Les heures bleues, 2020. © Fernanda Sánchez-Paredes
Este texto fue encargado por Pollen en Montflanquin, para el proyecto Les Heures bleues.
El primer encuentro con el artista y las primeras reflexiones sobre este texto comenzaron durante mi residencia Dissiper les masses mouvantes en el centro de arte Chapelle Saint-Jacques (Saint-Gaudens) en octubre de 2021.
Web del artista
Fernanda Sánchez-Paredes
Me
gustan las imágenes sonoras, casi musicales. El romántico silencio que precede
al primer sonido cuando la noche se desvanece. Este podría ser el comienzo de
una banda sonora, la de las fotografías de Fernanda Sánchez-Paredes en la serieLes heures bleues.
Como en una escena introductoria de una película, el primer encuadre lo dice todo sobre el ambiente que se avecina, la primera vista fija, la distancia focal ajustada al máximo desde la primera hasta la última toma del paisaje; el espectador espera un elemento que atraviese el campo. ¿Vendrá?
Desde el azul profundo de la tierra, que declina en matices hasta los cielos todavía entre el perro y el lobo, está el ruido imaginario, supuesto. El sonido reconocible de un ciclomotor, de un perro ladrando, el sonido hueco y apagado de la puerta de un tractor John Deere. Junto con las primeras notas de los madrugadores paseriformes1, son los primeros signos del amanecer, cuando el parloteo de la vida irrumpe suavemente tras el silencioso manto de la noche.
Las lluvias brillan al sol, las volutas de niebla representan a los dioses de los bosques y jardines, los surcos en el trigo simulan las huellas manuales de los gigantes, una mesa de ping-pong azul espera el tempo de las bolas mientras una hamaca improvisada echa de menos el cuerpo que una vez albergó. Silencio.
Fernanda Sánchez-Paredes, en este grupo fotográfico, no se posiciona como una cantadora de la naturaleza sino como una reveladora de paisajes. La de un imaginario colectivo, bucólico y encantador al final de los bosques, en el recodo de los ríos, pero sobre todo el paisaje fabricado y estructurado como aparece en los últimos años. Una naturaleza urbanizada rodea ahora el campo, que rechaza lo pintoresco, como si quisiera desafiar el viejo sabor amargo del éxodo rural y presumir con orgullo del regreso a la tierra moderna.
El artista también analiza la consecuencia de la presión ejercida sobre el mundo rural, la clonación de urbanizaciones y parques empresariales que neutralizan espacios y lugares. Ciertos lugares son un signo como neutro y dejan de serlo en cuanto se les presta atención3.
Les heures bleues nos conducen, gracias a sus títulos situados geográficamente, a un territorio concreto, entre río y pueblos. Aquí, los puentes están marcados por el impacto de los paneles mientras los estigmas de una rueda dibujan una serpiente en la arena de la orilla. La vida está ahí, en el verde reconocible de la estructura de un columpio, en el velo de los huertos y jardines, en los colores vivos de una mosquitera.
Una cuidadosa aplicación del color, la luz y las zonas planas está presente en su obra. Como un pintor, Fernanda Sánchez-Paredes trabaja en su paleta, sus superficies y la deficiencia de sus negros. Sutil, casi invisible para el ojo distraído, la suave palidez general de la playa coloreada baña a veces la serie en una delicada irrealidad. La fotógrafa se divierte aplanando sus campos, como en una composición de postal, encuadrando y adosando las tomas para no jerarquizar sus temas y hacer emerger las líneas.
Como en una escena introductoria de una película, el primer encuadre lo dice todo sobre el ambiente que se avecina, la primera vista fija, la distancia focal ajustada al máximo desde la primera hasta la última toma del paisaje; el espectador espera un elemento que atraviese el campo. ¿Vendrá?
Desde el azul profundo de la tierra, que declina en matices hasta los cielos todavía entre el perro y el lobo, está el ruido imaginario, supuesto. El sonido reconocible de un ciclomotor, de un perro ladrando, el sonido hueco y apagado de la puerta de un tractor John Deere. Junto con las primeras notas de los madrugadores paseriformes1, son los primeros signos del amanecer, cuando el parloteo de la vida irrumpe suavemente tras el silencioso manto de la noche.
Las lluvias brillan al sol, las volutas de niebla representan a los dioses de los bosques y jardines, los surcos en el trigo simulan las huellas manuales de los gigantes, una mesa de ping-pong azul espera el tempo de las bolas mientras una hamaca improvisada echa de menos el cuerpo que una vez albergó. Silencio.
Pregúntale al viento
Qué hoja caerá
El primero2
Fernanda Sánchez-Paredes, en este grupo fotográfico, no se posiciona como una cantadora de la naturaleza sino como una reveladora de paisajes. La de un imaginario colectivo, bucólico y encantador al final de los bosques, en el recodo de los ríos, pero sobre todo el paisaje fabricado y estructurado como aparece en los últimos años. Una naturaleza urbanizada rodea ahora el campo, que rechaza lo pintoresco, como si quisiera desafiar el viejo sabor amargo del éxodo rural y presumir con orgullo del regreso a la tierra moderna.
El artista también analiza la consecuencia de la presión ejercida sobre el mundo rural, la clonación de urbanizaciones y parques empresariales que neutralizan espacios y lugares. Ciertos lugares son un signo como neutro y dejan de serlo en cuanto se les presta atención3.
Les heures bleues nos conducen, gracias a sus títulos situados geográficamente, a un territorio concreto, entre río y pueblos. Aquí, los puentes están marcados por el impacto de los paneles mientras los estigmas de una rueda dibujan una serpiente en la arena de la orilla. La vida está ahí, en el verde reconocible de la estructura de un columpio, en el velo de los huertos y jardines, en los colores vivos de una mosquitera.
Una cuidadosa aplicación del color, la luz y las zonas planas está presente en su obra. Como un pintor, Fernanda Sánchez-Paredes trabaja en su paleta, sus superficies y la deficiencia de sus negros. Sutil, casi invisible para el ojo distraído, la suave palidez general de la playa coloreada baña a veces la serie en una delicada irrealidad. La fotógrafa se divierte aplanando sus campos, como en una composición de postal, encuadrando y adosando las tomas para no jerarquizar sus temas y hacer emerger las líneas.
En la tradición de la fotografía de paisaje4, que muy pronto asumió el papel de reveladora de la realidad, Fernanda Sánchez-Paredes utiliza la ausencia y la carencia para esbozar los personajes. En sus tomas revela los símbolos universales de una adolescencia aburrida en el campo, los signos de la presencia de las mujeres y los hombres que viven allí. Para mí, en este trabajo de ida y vuelta -mezcla de fotografía plástica y conocimiento documental del tema- hay una filiación con la fuerza y la calidad ficcional de las imágenes de Thibaut Cuisset, paseos y viajes poéticos a menudo sin personajes.5
(...) era un arpa de hierbas, un arpa que cosechaba, que contaba, un arpa de voces que recordaba una historia. Escuchamos.6 El tiempo pasado en estos caminos, en medio de campos y arpas de hierba, siguiendo las líneas de agua y asfalto, oyendo las voces y los juegos de los niños, viendo bailar los árboles y las hojas, Fernanda Sánchez-Paredes ha agotado estos paisajes con benevolencia. ¿Siente, al final de su hermoso trabajo, esa extraña sensación que mezcla el apaciguamiento, el alivio y el "llenado", como si volviera de un viaje lejano?
Insensiblemente, a medida que el reloj iba tejiendo el ruido del tiempo, la tarde se fue acercando al crepúsculo. La niebla del río, la bruma otoñal, dejaba una palidez lunar entre los árboles azules y cobrizos, y un halo, imagen del invierno, rodeaba al sol que declinaba.7 Al borde del crepúsculo, al atardecer, es una suerte que aún prevalezcan las horas azules.
Émilie Flory
París, enero de 2022
1. El colirrojo tizón y el petirrojo son paseriformes, son los primeros pájaros que cantan por la mañana, a veces incluso antes del amanecer.
2. Natsume Sōseki, N°2245 Meiji 43, Otoño, 1910 en Haikus, Picquier poche, 2009
3. Jean-Christophe Bailly, Le Dépaysement. Voyages en France, Éditions du Seuil, 2011 y France(s) territoire liquide, Éditions du Seuil Collection Fiction & Cie, 2014
4. Para leer sobre el tema, Christine Ollier, Paysage Cosa mentale. Le renouvellement de la notion de paysage à travers la photographie contemporaine, Éditions Loco, 2013
5. Fotografías de Thibaut Cuisset, serie Japon, 1997; Islande, 2000; Loire, 2001; Normandie, 2006
6. & 7. Truman Capote, El Arpa de hierba, 1951 [título original: The Grass Harp, 1951].