La Tarara, 2017
Grabado en papel antiguo basado en la obra de Gustave Dor, 33,5 x 25 cm
© Nina Laisné
Romances Incierto, un autre Olrando, 2017. Espectáculo de François Chaignaud y Nina Laisné, 70 min.
Foto : © Nina Laisné
Artistes de la Casa de Velázquez. Académie de France à Madrid 2017
Edición Colectiva
164 páginas, 22 x 22 cm
ISBN 9788490961896
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Nina Laisné desarrolla desde hace varios años un universo singular en el que la imagen ocupa un lugar privilegiado. Tanto en sus fotografías como en sus trabajos filmados,
la artista no se limita a un único lenguaje.
Sus obras, construidas de forma minuciosa, son el lugar donde la latencia y el tiempo de la contemplación adquieren todo su sentido.
En sus primeras fotografías, Les Heures (2008-2010), más allá de los actores a los que dirige con precisión y de unos decorados apropiados, lo que interesa al artista es ese momento de gracia de un instante suspendido, ese intersticio marcado por incertidumbres. Presenta ya aquí los indicadores de su futuro trabajo.
Sus obras, cargadas de singularidad, toman cuerpo y se despliegan en diálogo con otros medios como el cine y la música, pero también a través de elementos históricos y sociológicos, como el arte, las tradiciones populares, la moda, el cabaret y la ópera. Son estos vaivenes más o menos visibles, pero también la importancia de la cultura de habla hispana, lo que convierte a las búsquedas artísticas de Nina Laisné en un conjunto fecundo y deliciosamente inclasificable.
Música y cinéfila, la artista constituye su universo plástico con las expresiones propias del séptimo arte y del espectáculo, crea diálogos con el sonido más que con el verbo. Os convidados (2010) es un ejemplo de ello: una imagen fija, retroiluminada; de ella surge el canto de un hombre de color que está de pie, magnífico frente a una asistencia perpleja y solemne. Con esta obra, es la primera vez que Nina Laisné borra las fronteras. No es sólo fotografía sin ser completamente una instalación, y tampoco llega a ser una película: Os convidados cristaliza el paso de un género a otro, de una realidad plebeya a la ficción. Anuncia los proyectos futuros que pasarán a jugar con esta interpenetración, como Folk Songs(2014) o Marisol/Mariluz (2015).
La película En présence (piedad silenciosa) de 2013, marca asimismo una nueva etapa en su trabajo. En ella encontramos cierta lentitud de la cual brota un doble desasosiego; el primero, claramente manifiesto, es la voz andrógina del primer personaje; el segundo es la sexualidad equívoca del otro. El canto de ese hombre conmueve a esa mujer cuya ambigüedad evidente reside en su carácter impalpable. Las palabras – como ocurre muchas veces en las creaciones de Nina Laisné – acentúan esa sensación y aportan otra narración. En efecto, La embarazada del viento es una canción tradicional venezolana que evoca una concepción inmaculada y, a medida que descubrimos la letra, vemos la actitud de esta mujer cambiar, invadida por una emoción que le aflige.
En la instalación de vídeo Esas lágrimas son pocas (2015), la artista se inspira de una moda de los años sesenta que estaba extendida en los países de habla hispana y en la que los niños se convertían en los nuevos íconos. Fue el caso de Quetcy Alma, bautizada La Lloroncita, cuyo éxito residía en su increíble capacidad para llorar cuando se lo pedían. Siguiendo esta tradición, Nina Laisné propone a tres niños, hijos de emigrantes, elegir e interpretar dos canciones tradicionales de su país de origen. La primera canción es filmada de forma espontánea durante el casting, mientras que la segunda es escenificada. Envueltos por una luz cercana al Technicolor, los niños están maquillados y
En sus primeras fotografías, Les Heures (2008-2010), más allá de los actores a los que dirige con precisión y de unos decorados apropiados, lo que interesa al artista es ese momento de gracia de un instante suspendido, ese intersticio marcado por incertidumbres. Presenta ya aquí los indicadores de su futuro trabajo.
Sus obras, cargadas de singularidad, toman cuerpo y se despliegan en diálogo con otros medios como el cine y la música, pero también a través de elementos históricos y sociológicos, como el arte, las tradiciones populares, la moda, el cabaret y la ópera. Son estos vaivenes más o menos visibles, pero también la importancia de la cultura de habla hispana, lo que convierte a las búsquedas artísticas de Nina Laisné en un conjunto fecundo y deliciosamente inclasificable.
Música y cinéfila, la artista constituye su universo plástico con las expresiones propias del séptimo arte y del espectáculo, crea diálogos con el sonido más que con el verbo. Os convidados (2010) es un ejemplo de ello: una imagen fija, retroiluminada; de ella surge el canto de un hombre de color que está de pie, magnífico frente a una asistencia perpleja y solemne. Con esta obra, es la primera vez que Nina Laisné borra las fronteras. No es sólo fotografía sin ser completamente una instalación, y tampoco llega a ser una película: Os convidados cristaliza el paso de un género a otro, de una realidad plebeya a la ficción. Anuncia los proyectos futuros que pasarán a jugar con esta interpenetración, como Folk Songs(2014) o Marisol/Mariluz (2015).
La película En présence (piedad silenciosa) de 2013, marca asimismo una nueva etapa en su trabajo. En ella encontramos cierta lentitud de la cual brota un doble desasosiego; el primero, claramente manifiesto, es la voz andrógina del primer personaje; el segundo es la sexualidad equívoca del otro. El canto de ese hombre conmueve a esa mujer cuya ambigüedad evidente reside en su carácter impalpable. Las palabras – como ocurre muchas veces en las creaciones de Nina Laisné – acentúan esa sensación y aportan otra narración. En efecto, La embarazada del viento es una canción tradicional venezolana que evoca una concepción inmaculada y, a medida que descubrimos la letra, vemos la actitud de esta mujer cambiar, invadida por una emoción que le aflige.
En la instalación de vídeo Esas lágrimas son pocas (2015), la artista se inspira de una moda de los años sesenta que estaba extendida en los países de habla hispana y en la que los niños se convertían en los nuevos íconos. Fue el caso de Quetcy Alma, bautizada La Lloroncita, cuyo éxito residía en su increíble capacidad para llorar cuando se lo pedían. Siguiendo esta tradición, Nina Laisné propone a tres niños, hijos de emigrantes, elegir e interpretar dos canciones tradicionales de su país de origen. La primera canción es filmada de forma espontánea durante el casting, mientras que la segunda es escenificada. Envueltos por una luz cercana al Technicolor, los niños están maquillados y
vestidos con ropa de otra época. Se convierten de este modo en representantes de una cultura tradicional que conocen poco. El dispositivo en espejo – cada niño se encuentra frente a su doble y le escucha cantar – refuerza la artificialidad de los sentimientos interpretados y sentidos.
Las búsquedas incesantes de iconografías, textos, músicas y personajes olvidados son una constante en el trabajo de la artista. Este corpus documental hace surgir unas figuras que encontramos, de forma frontal o sugerida, en varias de sus obras. Es el caso de La Tarara, gitana perteneciente a la tradición oral española y cuya historia se ha modificado a través de los siglos y los territorios. Dentro de su residencia en la Casa de Velázquez, Nina Laisné ha tomado un grabado de Gustave Doré en el que una gitana acompaña a un anciano al que le cuesta andar. Aquí, la mujer carismática parece tener un pie demasiado grande, una mandíbula muy cuadrada, una pilosidad acentuada… Se identifica La Tarara con otras figuras ambiguas en Romances inciertos — un autre Orlando, creación nacida del encuentro con el bailarín y coreógrafo François Chaignaud. Durante el espectáculo, el personaje — en una dualidad conmovedora — se mueve al ritmo de las palabras, del canto y de las músicas mestizas. Es una mujer-soldado en Doncella Guerrera, obligada a ocultar la verdad de su sexo para partir a la guerra y decidida a no revelar nunca su secreto, dado lo convencida que está de ser un hombre. Es también Tarara loca, una gitana mística que duerme con la estatua de un santo y baila de forma sensual en las plazas de los pueblos para seducir a los hombres.
Esta forma escénica engloba unas preocupaciones importantes y constantes para Nina Laisné como la relación con el doble y la elipse. Es asimismo aquella en la que se afirman más abiertamente la androginia y la ambivalencia. A imagen de las indicaciones que lanzan los músicos argentinos a los bailarines, podría ser el ¡Giro final!, pero únicamente antes de la siguiente danza.
¡Adentro!
— Émilie Flory
Madrid, febrero de 2017
Traducido por Manula Pedrón Nicolau